Todo era cuestión de esperar. Así como se espera la muerte, o se ve a través de la ventana mientras la lluvia se escurre, y plap. Eso le decía al gato y a las plantas que crecían en el patio, y mis ansias no cabían más en la lúgubre habitación destinada a la desolación y los libros. Pude ver con espanto , con infalible horror que el tiempo de la espera era el suicidio temporal, o más bien era un suicidio crónico, una forma de aniquilar las ganas innegables de querer salir gritando y morir de otra muerte, de otro beso, como un paraguas mojado a punto de cerrarse, como si apenas una ventana se entreabriera y dejara entrar un poco de viento. Y la frase esa, "no hay tiempo" , o "debemos darnos tiempo", o "solo el tiempo lo cura", o "solo el tiempo lo sabe". ¿ Qué sabía el tiempo de procastinar? ¿ El tiempo había esperado por si mismo alguna vez ? como si mi tiempo lo pudiera ceder a otro, para "darnos un tiempo" o decirle a alguna mujer - toma mi tiempo, no lo quiero más, me atormenta; sería una especie de souvenir , de reliquia, de regalo de pandora, casi una suerte temporal, la inmediatez. ¿ no será muy cursi regalarle el tiempo a alguien?, o ¿a una causa perdida ,una revolución o a una vida? ¿Será un tesoro, un triste avatar de la soledad?.
Seguí mirando por la ventana lluviosa. Le di al tiempo mi tiempo y me puse a jugar con el gato que nunca tuve.
Plaza Cagancha - Montevideo Uruguay - 20 julio 2016 - Foto por Juan G Buitrago |
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