De repente me hallaba mirando al techo y no había una noche más inmensa que mi propia sed y mi delirio. Acabábamos de hacer el amor tiernamente, brutalmente, entre las garras del hambre y la sal, nada importaba, la miraba a los ojos y acariaba su espalda, nos gustaba pensar que todo esto era nuestra vida; un sin número de caricias, un Concierto No 21 de Mozart que siempre sonaba a la hora de devorar nuestras ansias y nuestra piel. Y nos reíamos de las ganas de morir intermitentemente entre felaciones y desmayos, entre síncopes orgásmicos, entre ruidos felinos y nocturnos. Nos queríamos en un ataque de espada y olvido, espejo y reflejo. Y sus ojos eran otro sueño que se cerraba tiernamente como una barca que naufraga en la noche.
¿Qué puede ser el amor sino otro espejo, sino una bola de pelo que ha dejado el gato, un colchón viejo lleno de pelos y de sexo, una pared llena de moho, unas botas de cuero italianas, una tarjetita postal con un niño Budista o el angelus novus? ¿ qué puede ser esta magia inútil que malgasta nuestros días?,¿ qué será ese olor a gato, a pared, a calceta?, me preguntaba todas estas cosas mientras ella dormía y parecía morir en un pequeño sueño de cristal, como si jamás nos hubiéramos tocado, y en un resplandor su cuerpo y el mío, solo fueron una aurora fatal y olvidada.
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| Jan MLcoch |
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