Recuerdo estar sentado en medio de la noche, contemplando el alto cielo parpadeante mientras escuchábamos con devoción las historias de terror que contaban los campesinos; la patasola, los espantos, las brujas y los duendes. Habían otras historias de guerrilleros y paramilitares y sus crímenes atroces, los jornaleros las contaban como si se tratasen de cuentos de ultratumba; historias de motosierras y decapitaciones, de fusilamientos y crímenes de guerra.
En ese entonces, el mundo era oscuro y sin artefactos electrónicos. Muchas cosas no tenían nombre y la televisión apenas llegaba a ese recóndito lugar de los llanos orientales colombianos. Recuerdo a mi padre mostrándome las estrellas en medio de la noche luminosa. El astro más lejano alumbraba con un fulgor vehemente.
Una luz intermitente de una vela apenas alumbraba nuestros rostros y cuando terminaban los relatos un silencio tierno y distante se apoderaba de nosotros, como si una arcana magia reviviera. Ese momento de quietud al lado de la vela, en medio de la nada, despertaba una emoción primigenia que apenas vengo a comprender. ¿ Acaso no vivió la humanidad durante miles de años al lado de fogatas contando historias y creando ficciones para combatir el tedio y el miedo a la muerte? ¿ No estamos hechos de relatos, de historias que crean nuestro mundo y nuestro destino ? ¿ se ha diluido en la implacable postmodernidad el relato del primer humano que asustado ante la adversidad del tiempo buscó refugio en los otros y en su miedo común a la muerte?¿ estamos perdidos en medio de la distracción y hemos dejado ir ese primer relato que nos une como especie? .
Ya era media noche y los grillos daban su serenata incesante. Todos se habían ido a dormir luego de una larga jornada de trabajo. Sólo quedábamos mi padre y yo y no me sentía solo porque su luz interior siempre me guiaba.
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