La magia podría resumirse en lo cotidianamente banal; un perro ladrando, un gato en la ventana, un croar incesante de las horas, el tiempo detenido en un espejo, en un beso incomprendido, un ojo ciego lleno de luz y una tarde incierta llena de ansias y de muerte. ¿ Qué sería del mundo sin la magia del azar? sin el encuentro de las caras, sin un vidrio roto o un caleidoscopio? la magia no de las cosas, sino de su historicidad, de lo sucedáneo, de lo fáctico. Habría que estar ciego para meterse en las lavanderías o absorberse en un trabajo con buena remuneración y perderse la risa y el llanto, de las hojas que caen, de las manos que se hunden en el pelo de un amante , habría que saberse infinito ante el instante y morir de un síncope, de ternura y ver como juegan las palomas en el parque y fallecer de tantas formas: de sueño, de locura, de poesía. Ser todos los hombres y ninguno, fatigar todos los destinos sin adueñarse de nada, finalmente el ejercicio del mago consiste en mirar el mundo como lo hacen los niños o los locos, ver todo como si fuera de piedra o de nube o caramelo. Eso sí, habrán personas que no crean en la magia: hay que dejarlos con su vida, con su café y su periódico y sus precios en la bolsa, todo seguirá con su magia oculta esperando el misterio de unos ojos que la vean con el alma.
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