Mientras iba a toda velocidad en mi motocicleta a visitar a mis padres, una sensación de vacío inmenso me invadía. Las tripas se me escurrían, el día estaba soleado, no había una sola nube en el cielo. No había tráfico y el silencio era infinito. Hacía tanto no me sentía tan liviano, una terrible levedad con la cual podría salir levitando. En mi mente ningún pensamiento encontraba asidero , todo fluía en una interminable nada, no pertenecía a ninguna parte, jamás podría pertenecer a alguna parte. Supe de golpe que no tenía lugar en el mundo y no sentía congoja o conmoción alguna por ello, por lo contrario, podría ver fluir el destino desde una perspectiva diferente; nómada en un mundo en decadencia, infalible ante las creencias de plástico impuestas por aquello en lo que nunca creí; dioses de palo, emociones de medio pelo como el amor empacado al vacío, la familia o la vida sedentaria acumulando pedos o viendo series en Netflix o fútbol reciclado. No sentía que mi lugar fuera en aquella vereda donde nací o en esta pequeña ciudad donde vivía actualmente, no sentía simpatía o desagrado por aquello por lo cual todos podrían dedicar media vida trabajando. Solo era ese momento donde el aire de la velocidad circulaba por mi rostro. Me acercaba a los cien kilómetros por hora y la brisa fresca inundaba mis párpados. Esa especie de éxtasis nihilista, de consumación con el todo me invadía. La vida era eso; el presente fluyendo en su ápice , un instante eterno donde nos damos cuenta que somos reflejos disgregados, una pequeña parte del todo que se auto percibe así como divino; somos dioses ciegos fluyendo en su éxtasis caótico, historias que convergen en esos únicos e inexorables momentos de apoteosis.
La apoteosis llega en momentos inesperados. Cómo relata la filosofía Zen, la iluminación nos golpea , de repente cuando la belleza insospechada del mundo atraviesa los cristales de los ojos. He visto en los gastados reflejos de la tarde como el vacío de la inmensidad me abruma como las sombras pasajeras de un sueño que somos.
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Ritual de las gruyas de papel - despedida de alguien que se ha ido de este mundo. |
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